‘La hermanastra fea’, el cuento que convierte a las princesas en monstruos: una reflexión gore sobre la presión estética en las mujeres
Acaba de pasar por el Festival de Sitges y está llamada a convertirse en un clásico inmediato del cine de terror. Se trata de La hermanastra fea, una versión radicalmente distinta y violenta del...
Acaba de pasar por el Festival de Sitges y está llamada a convertirse en un clásico inmediato del cine de terror. Se trata de La hermanastra fea, una versión radicalmente distinta y violenta del cuento de La Cenicienta dirigida por la debutante cineasta noruega Emilie Blichfeldt en la que, de forma satírica (y sangrienta), se habla de cómo la obsesión por la perfección física puede convertir a “las princesas” en “monstruos”.
Lejos, muy lejos, de la versión dulcificada popularizada por Disney en 1950, Blichfeldt recupera la crudeza de la versión de los hermanos Grimm, en la que la violencia y la mutilación formaban parte del sacrificio por alcanzar el ideal de belleza y estatus.
Cuando la obsesión belleza se convierte en horror corporalEn esta ‘reinterpretación’, la historia se centra en Elvira (interpretada por Lea Myren), la hermanastra de una Cenicienta rebautizada como Agnes (Thea Sofie Loch Næss), quien se somete a procedimientos estéticos extremos con la esperanza de conquistar al príncipe y escapar de la ruina familiar.
La directora imagina las operaciones estéticas del siglo XIX como auténticas sesiones de tortura, representadas con una brutalidad que resulta inaudita, algo que dota a la película de una mezcla irresistible de crueldad y belleza.
La película se inscribe en una tendencia reciente del cine y la literatura de terror que aborda la presión estética desde una perspectiva crítica, dialogando con títulos como La sustancia de Coralie Fargeat.
En este sentido, La hermanastra fea utiliza el horror corporal para exponer la violencia que implica someterse a cánones de belleza imposibles. Así, la directora transforma el clásico en un cuento de hadas feminista y grotesco, donde la obsesión por la belleza se convierte en una forma literal de autodestrucción.
Elvira, presionada por una madre que ve en la apariencia la única vía de salvación, se somete a cirugías imposibles, tácticas de adelgazamiento y procedimientos tan extremos como la implantación de pestañas con bisturí o el uso de una tenia devoradora de grasa.
La puesta en escena refuerza la atmósfera opresiva y claustrofóbica, con movimientos de cámara y encuadres que encierran a los personajes en un entorno donde cada transformación quirúrgica revela un nuevo grado de desesperación.
La sátira y el humor negro se entrelazan con el horror, convirtiendo el sufrimiento en un espectáculo que, lejos de recrearse en la crueldad, utiliza la ironía para subvertir el mito de la belleza perfecta.
Una ‘reinterpretación’ feministaLa película no solo revisa el relato desde una óptica feminista, sino que también humaniza a los personajes tradicionalmente considerados villanos. Blichfeldt observa a las mujeres que ansían ser bellas con empatía, mostrando cómo la búsqueda de aceptación y validación puede llevar a la autodestrucción.
La madre viuda, interpretada por Ane Dahl Torp, actúa movida por la supervivencia más que por la crueldad, y su tragedia, al igual que la de sus hijas, radica en una estructura social que mide el valor femenino por la apariencia.
El filme destaca también por su estética, que combina lo macabro con una elegancia ‘hiperpop’ y referencias visuales que evocan tanto el cine de David Cronenberg como la sofisticación ‘camp’ de The Love Witch. Esta mezcla de estilos contribuye a crear una comedia ‘pesadillesca’ que ridiculiza el mito de la belleza perfecta y, al mismo tiempo, invita a la reflexión sobre los daños que los ideales inalcanzables pueden causar en la sociedad.
La hermanastra fea se presenta así como una de las propuestas más provocadoras y originales del género de terror, capaz de subvertir una historia aparentemente repleta de glamour y convertirla en una sátira oscura y sangrienta.