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Cuando el crimen no paga: el día que condenaron a Al Capone por evasión de impuestos y acabaron con su reinado del hampa

“Me han echado la culpa de todos los muertos, con la excepción de los de la lista de bajas de la Guerra Mundial, pero no han podido probarme ninguna”, solía decir, no sin jactancia, Alphonse ...

“Me han echado la culpa de todos los muertos, con la excepción de los de la lista de bajas de la Guerra Mundial, pero no han podido probarme ninguna”, solía decir, no sin jactancia, Alphonse Gabriel Capone con su sempiterno habano en la boca. Todo el mundo sabía que era responsable de decenas de asesinatos y dueño en las sombras de un imperio cervecerías, destilerías, bares clandestinos, almacenes, flotas de barcos, camiones, clubes nocturnos, casas de juego, hipódromos, canódromos, prostíbulos, sindicatos y asociaciones comerciales e industriales que manejaba desde la más lujosa de las habitaciones de uno de sus hoteles, el Lexington de Chicago. Todo el mundo lo sabía, pero nadie podía probarlo.

Con sólo 32 años, era el Rey del Hampa de la ciudad, pero nadie podía conectarlo con esos negocios legales e ilegales, su nombre no figuraba en ningún papel y la organización que lo rodeaba – compuesta por centenares de hombres, desde brutales matones hasta habilidosos contadores – lo blindaba con un silencio de cementerio.

Así fue hasta el 17 de octubre de 1931, cuando llegó al Tribunal Federal de Chicago para a escuchar el fallo del jurado por el único delito del que lo habían podido acusar: evasión de impuestos. Como todos los días desde el 6 de octubre, cuando se había iniciado el juicio, Capone bajó de su auto acorazado con vidrios blindados frente al edifico de tribunales y antes de entrar se detuvo en el puesto ambulante de frutas de un italiano al que le compró una manzana. Como todos los días, le dio un billete de 100 dólares por ella. Y los curiosos que siempre esperaban su llegada aplaudieron una vez más el gesto. Sin embargo, al sentarse en el banquillo de los acusados, “Scarface” (Caracortada), como se lo llamaba por las tres cicatrices de arma blanca que recorrían su rostro, sabía que estaba perdido y que ya nada lo salvaría de la cárcel.

Al recrear ese día, casi al final de “Los Intocables”, el director Brian de Palma muestra a un “Scarface” (Robert De Niro) que, al ser sacado por las escaleras de los tribunales luego de escuchar su condena, se cruza con su eterno perseguidor, Elliot Ness (Kevin Costner), lo insulta y quiere golpearlo. Más allá del logrado dramatismo, la escena de la película poco tiene de cierto. El hecho real fue mucho más tranquilo. El capo mafioso y el jefe del grupo especial de la Agencia de la Prohibición no se encontraron en la escalinata del tribunal sino en un estrecho pasillo donde un mantuvieron un cruce de palabras calmo pero cargado de ironías.

-Algunos tienen suerte. Yo no. De todas formas, el negocio me estaba generando demasiados gastos. Deberían legitimarlo – le dijo Capone a Ness, con una sonrisa en los labios.

-Si fuera legítimo, te alejarías del negocio – le respondió el jefe de Los Intocables.

El Rey del Hampa todavía podía sonreír porque no imaginaba que esa condena por un delito infinitamente menor que las decenas de muertes que cargaba sobre sus espaldas también marcaría el principio del fin de su imperio criminal.

Un gánster en ascenso

Hijo de un matrimonio de inmigrantes italianos proveniente un pueblo cercano a Nápoles, Alphonse – nacido en Brooklyn el 17 de enero de 1899 - y sus ocho hermanos habían vivido una infancia de privaciones. Su padre, Gabriele Capone, trabajaba como barbero, y su madre, Teresina Raiola, era costurera. “Al”, como lo llamaban, tuvo que dejar la escuela a los 14 años, cuando cursaba a duras penas quinto grado, expulsado por pegarle a una profesora. Durante los dos años siguientes trabajó de lo que se le presentaba. Fue dependiente en una confitería, empleado en un bowling y obrero en una fábrica de cartón.

Acababa de cumplir 16 años cuando conoció al hombre que le cambiaría la vida, el calabrés Johnny Torrio, un capo conocido en el mundo del hampa como “el gánster caballeroso”, que controlaba los negocios y las operaciones ilegales de la Costa Este. Impresionado por la historia de la agresión de Al a la profesora, Torrio lo destinó a una de las bandas juveniles que le respondía, los “Five Points Gang”, especializada en dar palizas a los comerciantes que se retrasaban en pagarle las “cuotas de protección”. Con ellos, Capone aprendió a utilizar armas y también a matar.

El siguiente peldaño en su carrera criminal lo dio como guardaespaldas de los mafiosos Frankie Yale y Tony “El Malo” Torelli. En eso estaba cuando una noche le hicieron las marcas en la cara que le darían su apodo.

Capone estaba encargado de la seguridad de los clubes nocturnos propiedad de Yale, de los que sacaba a los borrachos molestos y obligaba a pagar a los clientes reacios a abrir sus billeteras. Con él trabajaba otro pesado de Yale, Frank Gallucio, con el que se llevaban muy bien hasta una noche que Al, borracho, insultó a su hermana, que era alternadora del local. Se enfrentaron en un duelo a cuchillo en el que Frank, mucho más hábil en el manejo de los filos, le marcó tres veces la cara. La pelea no tuvo un desenlace fatal por la intervención del propio Frankie Yale que, además, obligó a Capone a disculparse. Contra todas las predicciones, Al y Frankie seguirían siendo amigos y cuando Capone se convirtió en jefe del Hampa lo llamó a su lado para tenerlo como guardaespaldas de confianza. Frankie jamás lo traicionó.

Así el joven matón pasó a ser conocido como “Scarface” por las tres cicatrices que le quedaron en la cara, aunque ocultaba la verdadera razón por las que las tenía y decía que se las había provocado una granada cuando combatía en Francia, durante la Gran Guerra, de la cual en realidad no había participado. Por esa misma época, el 30 de diciembre de 1918, se casó con Mae Josephine Coughiln, que ya estaba embarazada de quien sería su único hijo, Albert Francis. Para entonces, Al Capone cargaba con dos muertes sobre sus espaldas y Yale decidió que dejara Nueva York y se fuera a Chicago, donde lo esperaba quien había sido su iniciador en el mundo del crimen, Johnny Torrio, que también tenía negocios en esa ciudad.

La Ley Seca y el reinado

El 17 de enero de 1920, casi al mismo tiempo de la llegada de Capone a Chicago, la Enmienda XVIII a la Constitución de los Estados Unidos estableció lo que pasaría a la historia como la “Ley Seca”, que prohibía a los norteamericanos el consumo de alcohol. Rápido para los negocios, Torrio vio la veta y, secundado por un Capone de apenas 21 años, montó una verdadera cadena de bares ilegales (conocidos como speakeasies), integrada con la red de prostíbulos y casas de juego clandestino que ya tenía en la ciudad.

Las autoridades no se metían con ellos porque para trabajar con tranquilidad compraron a policía y políticos, al mismo tiempo que expandían su territorio gracias a la muerte – adjudicada a Capone pero nunca probada – del principal rival de Torrio, Big Jim Colosimo. Para 1924 ya eran los dueños de la ciudad. Incluso habían impuesto a su candidato en las elecciones municipales después de una campaña que incluyó el secuestro de varios de sus rivales y el amedrentamiento de votantes.

Poco después - tras un atentado en el que salvó milagrosamente la vida - Torrio decidió retirarse y volver a su Italia natal para terminar tranquilamente sus días. Dejó todos sus negocios en manos de quien ya era su consiglieri, Alphonse Gabriel Capone, convertido así en el jefe indiscutido del Hampa de Chicago.

Con su liderazgo, el imperio siguió creciendo: a la red de negocios clandestinos, que ya nadie le disputaba abiertamente, le sumó una serie de emprendimientos legales para lavar sus ganancias, todos ellos a nombre de testaferros que sabían que cualquier traición les costaría la vida. Así “Scarface” también buscó convertirse en un ciudadano respetado, que participaba de actividades sociales y destinaba grandes sumas a la beneficencia.

Casi todas las bandas de la ciudad se sometieron a los mandatos de Capone. Sólo Joe Aiello y la de “Bugs” Morán intentaron mantener cierta autonomía y esa rebeldía les costó muy cara.

El grupo de Aiello fue masacrado de manera vertiginosa: en menos de un mes los hombres de Capone mataron a todos sus miembros. El 14 de febrero de 1929, un Cadillac negro se detuvo frente a un almacén de Morán. Bajaron cuatro hombres, dos de ellos vestidos de policías, y entraron al local mientras un quinto sujeto quedaba al volante del auto en marcha. En el interior sorprendieron a siete hombres de la banda de Morán que, creyendo que se trataba de policías, no ofrecieron resistencia. Bugs Morán tenía arreglos con la autoridad, de modo que no se preocuparon. Los “policías” los hicieron alinear contra una pared y les quitaron las armas. Luego se alejaron y los fusilaron con sus metralletas. El episodio pasó a la historia como “la masacre de San Valentín” y aunque nadie pudo adjudicárselo a Capone, desde ese día a “Scarface” no tuvo rivales en Chicago.

Menos de tres meses más tarde, Capone decidió utilizar sus propias manos para acabar con una traición que se estaba gestando dentro de su propia organización, al descubrir que sus cercanos colaboradores John Scalise, Albert Anselmi y Joseph Giunta planeaban eliminarlo. Los citó a una reunión con otros jefes y los mató delante de todos aplastándoles las cabezas contra la mesa un bate de beisbol. Los cadáveres de los tres traidores aparecieron en un camino solitario de Indiana el 8 de mayo de 1929. Nadie más le disputaría a “Scarface” su reinado. Por entonces, se calculaba que había amasado una fortuna de 125 millones de dólares.

Los Intocables

“Podés llegar lejos con una sonrisa. Pero llegarás todavía más lejos con una sonrisa y un revólver”, solía decir por entonces Capone a sus secuaces. Sin rivales mafiosos a la vista, con la policía sobornada y los políticos locales comprados o amenazados, El “Rey del Hampa” – como también se lo llamaba – habría seguido reinando sin temer por su corona si la Justicia Federal no lo hubiese tenido en la mira por violar la Ley Seca y manejar el juego clandestino. Mientras un grupo de agentes de la Agencia de la Prohibición liderado por Elliot Ness y conocido como “Los Intocables” por no aceptar sobornos lo investigaba por la venta de alcohol, el agente de inteligencia del gobierno federal Frank Wilson capitaneaba otro equipo que buscaba relacionar los ingresos de Capone con el juego clandestino.

Lo investigaron durante años sin éxito y parecía que era imposible tocar al “Rey del Hampa” cuando los agentes descubrieron que, a partir de una nueva ley promulgada en 1927, era posible procesarlo por evasión de impuestos. Era un delito menor si se lo comparaba con las muertes y los negocios ilegales que se le adjudicaban, pero abría la única la posibilidad cierta de meterlo en la cárcel. Lo lograron convenciendo al abogado Edward O’Hare, uno de los asesores de negocios de Capone, para que descifrara un incomprensible libro de contabilidad que los agentes federales habían encontrado en un allanamiento.

Con esa prueba lo llevaron a juicio acusado de 22 cargos de evasión impositiva. Capone no se preocupó: reía que todavía tenía cartas ganadoras para eludir a la justicia federal. La primera fue “convencer” al fiscal de la causa, de apellido Johnson, para que aceptara que se declarara culpable a cambio de una condena de dos años de prisión en suspenso. El fiscal aceptó firmar el “acuerdo” que le presentaban los abogados de la mafia, pero se encontraron con un obstáculo inesperado: el juez federal James Wilkerson no aceptó el arreglo y decidió realizar el juicio.

Cuando finalmente se seleccionaron los doce jurados que deberían dictaminar su culpabilidad o inocencia, Alphonse Capone jugó su siguiente carta: los compró a todos haciéndoles una oferta de dinero que ninguno pudo rechazar, porque hacerlo le costaría la vida. Así estaban las cosas el 6 de octubre de 1931, cuando bajó por primera vez de su auto blindado frente al Tribunal Federal de Chicago y, antes de entrar, le compró la primera manzana al italiano del puesto de frutas con un billete de 100 dólares.

Después entró sonriente a la sala del tribunal y miró también sonriendo a todos y cada uno de los miembros del jurado que lo absolvería. Seguía sonriendo cuando el juez James Wilkerson entró a la sala y se sentó en el estrado. Sin embargo, al escuchar las primeras palabras del magistrado, dejó de sonreír y la palidez que lo invadió remarcó como nunca las tres cicatrices que cruzaban su cara.

-El jurado puede retirarse, lo voy a reemplazar por el que está en la otra sala – dijo el juez.

Un aviso y una condena

Capone no sabía que la noche anterior al inicio del juicio Elliot Ness le había avisado al juez Wilkerson que el jurado estaba comprado por Capone. No podía probarlo, pero le quedaba el recurso de reemplazarlo por los jurados elegidos para otro juicio. Con los nuevos jurados aislados por orden del Tribunal, los hombres de “Scarface” no tuvieron oportunidad de llegar hasta ellos con sus ofertas y amenazas.

El 17 de octubre de 1931, el fiscal pronunció su alegato final: “¿Quién es este hombre? ¿Es un boy scout que se encontró con un tarro lleno de oro al final de un arco iris? ¿O es Robin Hood, como sugiere su abogado? ¿Acaso pagó 8.000 dólares por una hebilla de cinturón hecha de diamantes para dársela a los pobres? No. ¿Compró 6.500 dólares de carne para regalarla? No. ¿Alguna vez se lo vio ligado a un negocio legal? No. ¡Y su abogado todavía insiste en que este hombre no tiene ningún ingreso!”, dijo cerrando su discurso.

Después de debatir durante casi nueve horas, el jurado declaró a Alphonse Capone culpable de tres cargos de evasión impositiva y una semana después el juez Wilkerson fijó la pena. Al día siguiente, The New Yorker tituló: “Once años para el Rey del Hampa”.

Al Capone fue llevado a una prisión en Atlanta, pero pocos meses después, al descubrir que vivía allí con las comodidades de un hotel, lo trasladaron a la temible cárcel de Alcatraz. Lo liberaron cuando había cumplido sólo seis años y cinco meses de condena, debido a su precario estado de salud. Estaba al borde de la demencia a causa de una sífilis contraída en la adolescencia y nunca tratada.

Murió de un derrame cerebral en la bañera de su casa de Florida el 25 de enero de 1947, pero con su muerte se convirtió en una leyenda que dio lugar a libros y películas taquilleras. Para dar una idea del peso de la leyenda de Al Capone aún en estos días vale la pena señalar un dato: en 2021 sus nietas – hijas de su único hijo, Sonny – remataron algunos de los objetos que le habían pertenecido a su abuelo, entre ellos su reloj y su pistola. Esperaban recaudar unos 400.000 dólares, pero la puja entre los compradores resultó tan violenta como la vida de Capone y la cifra escaló vertiginosamente a tres millones. Porque, más allá de que a veces el crimen no paga, las historias de “malos” nunca dejan de ser un buen negocio.

Fuente: https://www.infobae.com/historias/2025/10/17/cuando-el-crimen-no-paga-el-dia-que-condenaron-a-al-capone-por-evasion-de-impuestos-y-acabaron-con-su-reinado-del-hampa/

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