‘La vida de Chuck’: un Stephen King sin sustos pero con mucho baile, matemáticas y una gran reflexión sobre la muerte
Aunque no todo el mundo lo sepa, ni Alfred Hitchcock hizo solo películas de suspense, ni Woody Allen comedias románticas, de la misma manera que no todas las adaptaciones de Stephen King tienen p...
Aunque no todo el mundo lo sepa, ni Alfred Hitchcock hizo solo películas de suspense, ni Woody Allen comedias románticas, de la misma manera que no todas las adaptaciones de Stephen King tienen por qué ser de terror. Bien es cierto que se hace extraño imaginar una historia del autor de Carrie, El resplandor o It alejada de cualquier elemento perturbador, pero con La vida de Chuck King ha visto en la gran pantalla uno de sus relatos más alejados en tono a lo que se espera de él. Una rara avis que, aun con todo, acaba provocando esa incertidumbre y estupefacción que acostumbran a dejar sus obras, aunque sea a base de bailes, defensas a ultranza de las matemáticas y una gran reflexión sobre la muerte.
Publicado en 2020 dentro del libro de relatos La sangre manda, La vida de Chuck es de por sí un cuento de estructura atípica. Cuenta la historia de Charles Krantz, pero casi como el Benjamin Button de F. Scott Fitzgerald, empezando por el final. La película arranca con un mundo al borde del colapso, con constantes apagones, fallos eléctricos y catástrofes naturales, en el que un profesor de instituto (Chiwetel Ejiofor) intenta recuperar algo de fe y sobre todo el contacto con su pareja (Karen Gillan), una enfermera que lleva meses sintiéndose más forense que otra cosa. Entre tanto caos, la radio y los carteles y marquesinas que siguen en pie no paran de rendir homenaje a un tal Charles Krantz ‘Chuck’ (Tom Hiddleston), un hombre de 39 años al que ninguno parece conocer.
Pronto la película irá desgranando poco a poco quién es este Chuck y por qué la humanidad debería rendirle homenaje, pero casualmente este primer episodio no cuenta con el personaje como protagonista, aunque no deje de estar en todo momento tan presente como la Rebeca de Hitchcock. Esta parte no tiene tanto que ver con el maestro del suspense sino que más bien recuerda a The Leftovers, la serie de HBO creada por Damon Lindelof (Perdidos) y basada en la novela homónima de Tom Perrotta sobre un mundo en el que el 2% de la población ha desaparecido sin ningún tipo de explicación y el resto del mundo se ve abocado a un desastre inminente por la falta de esperanza y fe.
El problema con ChuckEsa extrañeza, esa sensación de apocalipsis inminente se explica en la medida en la que King publicó el relato en medio de la pandemia por Covid ocurrida durante 2020, un momento en el que esos sentimientos estaban a flor de piel. Por una cuestión temporal el cine aún no ha terminado de procesar del todo esa herida —La bestia de Bertand Bonello sería otro buen y surrealista ejemplo—, por lo que La vida de Chuck representa no solo la experiencia del propio King, sino en general un sentimiento común que resuena con fuerza en nuestros días.
Tal y como hemos explicado, el filme continúa con su anárquica estructura para presentar por fin a este tal Chuck, un contable aparentemente normal pero que esconde un gran secreto. Con la voz en off de Nick Offerman —narrador a través de toda la película— y una serie de historias cruzadas entre Chuck, una batería prodigiosa y una chica que acaba de romper con su pareja, todo se funde en un gran baile como metáfora de lo imprevisible, la belleza de lo espontáneo en una sociedad que, aunque aún no ha alcanzado ese anunciado apocalipsis, ya da muestras de apatía y agotamiento.
El segmento choca no tanto por ver a Tom Hiddleston sacar los pasos prohibidos como por esa disrupción en el tono que a la vez establece una nueva capa a la obra de King, mucho más luminosa y aparentemente divertida que la de cualquiera de sus otras obras. Aunque al principio puede chocar al espectador, sirve como un verso libre y, como se verá más adelante, una catarsis para el personaje de Chuck y la tragedia que vive por dentro.
Mike Flanagan contiene multitudesDespués de tanto misterio, por fin se da a conocer quién es realmente Chuck, un niño que perdió a sus padres de forma prematura, que se vio obligado a criarse junto a sus abuelos (unos tiernos Mark Hamill y Mia Sara) y que desarrolló una gran pasión por la danza, a pesar de que su alcohólico abuelo le insistiese en hacer carrera en el mundo de la banca. Con un monólogo sobre el poder de las matemáticas que haría temblar al profesor más pesado que uno pueda imaginar, este segmento es probablemente el más cercano al King clásico, tirando tanto de la presión social y las figuras autoritarias de Carrie como de una trama de “casas encantadas” ilustrada en el misterio que contiene la “habitación de la cúpula” a la que Chuck tiene completamente prohibido entrar.
La interpretación de la anciana pareja —con una Mia Sara que bien podría ser una prolongación del papel más icónicos de su carrera, el de Sarah Sloane en Todo en un día (Ferris Bueller’s Day Off)— sin duda sobresale sobre el resto, así como la de Benjamin Pajak encarnando la versión preadolescente de este Billy Elliot. Es también el segmento en el que confluyen casi todas las tramas, tanto la de los protagonistas del primero como el del abogado interpretado por Carl Lumbly (quien ya había trabajado con el director Mike Flanagan dando vida al mítico Dick Halloran en Doctor Sueño).
El nombre de Flanagan no había aparecido hasta ahora a pesar de ser el director encargado de firmar el filme porque si algo se puede decir de La vida de Chuck es que es una película más plegada a la historia y a su particular estructura que a ninguna propuesta escénica que pueda plantear el cineasta. En realidad, Flanagan ha hecho toda una carrera en el terror y de hecho ya ha adaptado a Stephen King en títulos como El juego de Gerald o la mencionada Doctor sueño, mientras que prepara una nueva serie en torno a Carrie.
Al final no queda otra que ver La vida de Chuck como una especie de guiño cómplice entre Flanagan y King —quien ejerce como orgulloso productor del filme— y como una rara avis, como lo fueron Pero... ¿quién mató a Harry? para Hitchcock o Zelig para Allen. Encantaron a unos, enervaron a otros y desconcertaron a todos, como probablemente suceda con esta, que quizá no pase a la historia como la película más Stephen King, pero sí como un verso libre (y ciertamente esperanzador en torno a la muerte) por parte del prolífico escritor.